
Hace ya meses que me encargaron un texto que se me resiste. El tema: caos y destrucción.
Intuyo que mi rechazo ante la aparente inevitabilidad de esas palabras separadas por una conjunción copulativa está relacionado con el nombre de mi primer blog.
Mi paso de la infancia a la adolescencia estuvo marcado por el paso de los diarios con candado y hojas perfumadas a Blogspot. Allí experimentaba con voces y formas distintas: un relato corto, unas líneas sobre una película que llamó mi atención siempre dispersa, una tentativa poética, quizás. «Una masa bastante cruda e indigesta, un bulto sin vida, informe y sin bordes, de semillas discordantes y justamente llamada Caos.» En aquel entonces no había leído Las metamorfosis de Ovidio, pero llamé Kaos Kreativo a aquel primer cuarto propio digital porque ya intuía que para encontrar algo de orden en aquella masa caótica de ideas y pensamientos, primero tendría que abandonarme a la incertidumbre, lo inestable, lo imperfecto. Aún no sabía que la sensación de fracaso al intentar trasladar a la página ese barullo de ideas y pensamientos nunca me abandonaría.
Tampoco sabía qué era era el branding o que crearse una marca personal fuera importante. Sólo era una aspirante a escritora volcando en la red mis textos inexpertos con el arrojo y la ilusión propias de la inexperiencia, lanzando botellas con mensaje a aquel universo aún desconocido del ancho mar de la red, feliz de tener un cuarto propio sin paredes que se abría al mundo, un lugar en el que mis formas de expresión entraran en contacto con otras mediante aquella conexión primitiva y ruidosa que dejaba los teléfonos domésticos inutilizables.
El orden es la manera humana de establecer un entorno predecible, por eso no es extraño que en las épocas de mayor incertidumbre busquemos refugio en aquellos sistemas que prometen estabilidad.
Aunque dichos sistemas, como el matrimonio o la familia nuclear, no tengan más de trescientos años, una mota de polvo en la historia de la humanidad, y hayan probado sobradamente su fracaso, los guardianes de la tradición y nostálgicos de un pasado que nunca se retrotrae más de cincuenta años (cien, como mucho), saben que un presente aparentemente caótico, la ausencia de una memoria histórica colectiva y la promesa futura de cierto orden cautiva a las nuevas generaciones, nostálgicos de una época que no les tocó vivir y de la que apenas conocen nada más que lo que les llega a través de las pantallas que llevamos encima.
Es fácil que la generación que ha crecido dando por hecho las victorias de los feminismos, el antirracismo y la lucha de clases, se sienta atraída por el canto de sirenas que regurgita viejas fórmulas disfrazadas de incorrección política, algo rompedor, antisistema. Ya me lo advirtió mi amiga I., profesora de instituto: Ahora lo punk es ser de VOX.
El lenguaje, la herramienta que organiza nuestra experiencia y moldea nuestra realidad, también nos limita si entendemos todo aquello que decimos o escribimos como un criterio de verdad. Sin lenguaje no hay pensamiento posible. Caos y destrucción. Me pregunto a quién le interesa que asociemos ambas palabras, como si la segunda fuera consecuencia directa de la primera.
Si las ideas de Platón, Sócrates o Aristóteles, siguen vigentes, ¿por qué no recuperar también la concepción de caos previa a la ovidiana?
Χάος “espacio que se abre’”, “hendidura”, derivado del verbo χάω, “bostezar”, “abrirse una herida” o ‘“abrirse de una caverna.” Algo hueco, vacío, abierto. El estado primigenio del cosmos, todo por hacer, pensar, imaginar, decir. Algo imposible de predecir, sensible a las variaciones. Aquello que precede no al orden, sino a la creación.
Caos y creación, por qué no.