Escribir de culo y caer de pie
Sobre escribir mal, la imaginación y los finales felices
Foto: Ratón, Pez y una pantalla de ordenador con más mierda que el rabo de una vaca. (La Casa de Belmonte, 2023)
Releer lo que una ha escrito cuando ya ha pasado un tiempo es una cosa extrañísima. Sabes que fuiste tú la que escribiste esa novela, aquel relato o artículo o poema, recuerdas perfectamente las horas delante de la pantalla y el cuaderno, las frases mal escritas, los tachones, la reescritura constante, cómo olvidarlo. No hay duda de que un día escribiste lo que ahora relees, y al mismo tiempo, la sensación es de (y me consta que no soy la única, mis amigas escritoras lo confirman) “¡Arj! ¿Quién es esta persona?”
Intento no maltratar a las otras Lucías, no siempre lo consigo. A la que escribió Partir le tengo cierto cariño, me produce ternura. Con la que escribió Cuerpos malditos aún no me he reconciliado. Todavía quiero agarrarle de las solapas y gritarle que no tiene que demostrarle nada a nadie, que escriba el libro que le gustaría leer, no lo que “la gente”, ese ente imaginario y destructor de la imaginación, espera de ella. Supongo que para amigarme con la Lucía de Cuerpos malditos aún tiene que pasar más tiempo, que no todo lo cura, pero lo suaviza bastante.
Hace poco releí Sólo es un juego, una fábula especulativa que escribí en 2021 como parte del proyecto Borradores del futuro: Historias y fabulaciones sobre mundos posibles. Recuerdo perfectamente el día en el que me llegó la propuesta porque me cagué viva.
Mi trabajo consistía en elegir una alternativa de un listado de más de cuarenta que ya están funcionando en Guipúzcoa a día de hoy e imaginar un futuro en el que ya no era una alternativa, sino una realidad extendida por todo el territorio de Euskal Herria, ahí es nada. ¿Alternativa a qué? ¿De qué? Cito aquí a Txomin Poveda, Doctor en Sociología de la Universidad de Pau, por ser su definición de alternativa la que más me convence:
“La cuestión de la definición de alternativas es muy problemática porque el término está sujeto a todas las interpretaciones: todo es alternativo respecto a todo. Utilizo el término "alternativa", porque es simple, intuitivo, y porque los propios militantes lo usan. Eso dicho, en nuestras encuestas, se nota que a ellos mismos les cuesta definirlo. No existe una definición ya hecha lo cual es una pena, porque andamos en un entorno borroso, pero paradójicamente, también es positivo, porque permite tener una bolsa flexible y modulable donde meter las alternativas.
Cuando nos alejamos de las alternativas más conocidas, encontramos muchas cosas, muy diferentes, y es difícil clasificarlas. Esto se debe a que la riqueza de las iniciativas es mucho más importante y compleja de lo que nos suelen contar cuando se mete todo en algo que se llama "margen". En realidad, las estructuras institucionales dominantes, "reglamentariamente" estandarizadas, son mucho menos ricas y diversas que todo lo que se imagina y es imaginable.
Personalmente, prefiero pasar por un tipo de acción que por una definición esencialista. Detrás de ese término de alternativa, son en realidad: movilizaciones colectivas, cuya expresión es la creación de soluciones a reivindicaciones. Lo que quiero decir es que se definen antes que nada según una modalidad de transformación social, por lo que hacen más que por lo que son. Cumplen con un rol de instituciones ciudadanas, sin importar su estatuto (asociación, cooperativa, empresa, colectivo informal, ...). Si tuviera que ser más preciso, diría que son organizaciones ciudadanas de transformaciones sociales intersticiales. Pero evidentemente es menos evocador que la palabra "alternativa.”
Repito: más de cuarenta alternativas funcionando en Guipúzcoa que incluyen proyectos de soberanía alimentaria, cooperativas de vivienda, gobernanza participativa, servicios, educación y cuidados, salud y cultura.
Elegí Karabeleko porque reúne varias características que me interesan: es una finca experimental pionera en agricultura ecológica en la que analizan el comportamiento de las diferentes especies y variedades agrícolas, un centro de rehabilitación psicosocial para personas con enfermedades mentales y otros colectivos en riesgo de exclusión, distribuyen su producción a particulares y restaurantes de la zona y cuentan con una pequeña ecotienda.
(También la elegí porque mi pareja de entonces era, es, de Hernani y pasaba casi más tiempo allí que en Donostia, tampoco nos vamos a poner estupendas.)
Tras concretar una fecha con Amaia Odriozola, me presenté en la finca una mañana de junio, cuaderno y bolígrafo en mano, dispuesta a observar y anotarlo todo. No fue exactamente así ni fueron esas las palabras de Amaia, que fue muy amable, pero su respuesta ante mi cuaderno, mi boli y mi yo observadora-escritora fue algo tipo “LOL. Venga, a currar.”
Trabajé una jornada completa con las integrantes de Karabeleko (descanso de media mañana con café y terapia grupal incluidos) y después escribí Sólo es un juego, una historia sobre una generación de niñes criades en una sociedad poscapitalista que juegan a uno de los juegos infantiles por excelencia: emular a sus mayores, que en este caso, sí vivieron en este sistema de mierda, con sus jornadas laborales remuneradas de cuarenta horas más las de reproducción no remuneradas, su aceleración perpetua, su falta de tiempo, qué os voy a contar que no sepáis.
Literariamente hablando, Sólo es un juego probablemente sea la peor pieza de ficción que he escrito en toda mi vida adulta. Describir en 4500 palabras una sociedad poscapitalista sin caer en los mundos de Yupi, la dificultad para pensar desde un lugar que quedara fuera de las lógicas mercantiles que atraviesan nuestras vidas, deseos, maneras de relacionarnos y percibir el mundo; y enfrentarme a mis propias limitaciones para llevarlo a cabo, ha sido el ejercicio más difícil y sin duda, el más interesante que he hecho nunca. Gracias a la escritura de este relato, cambió mi forma de entender, pensar y escribir ficción, no como reflejo de una realidad presente o pasada, sino como ejercicio de imaginación para el futuro, algo que nunca había hecho antes. Pensaba que eso lo hacían otras, las autoras de ciencia ficción, gente más lista que yo.
Hace poco hablaba con un amigo sobre el éxito de las series distópicas (Black Mirror, Los juegos del hambre, Westworld, El cuento de la criada…) Él me decía que eran un reflejo de lo que podía ser el mundo si seguíamos así, yo le decía que estaba hasta el coño. La ficción refleja lo que significa estar viva en una etapa y un contexto determinados, pero también produce pensamiento e imaginarios. Si estamos constantemente consumiendo narrativas distópicas y/o destructivas, nos va a ser difícil proyectar un futuro que no sea “todo se va a la mierda” o hacer algo para cambiar este presente oscuro porque, bueno, podría ser peor.
Si fui capaz de escribir Sólo es un juego, de imaginar una alternativa mejor a este presente, no fue porque me aumentara el coeficiente intelectual de la noche a la mañana, ni por situarme como observadora en Karabeleko, como era mi plan inicial, sino porque vislumbré, en primera persona, un mundo mejor que ya estaba pasando, que pasa a diario, más cerca de lo que creemos y nos atrevemos a imaginar, que es este mundo y no otro. Pero sobre todo, porque me puse a imaginar desde un lugar nuevo y desconocido, me permití fracasar como escritora y dejé que las malas frases fueran hacia adelante en vez de paralizarme.
No creo que este ejercicio de imaginación sea tarea exclusiva de escritoras, cineastas o cualquier otro sujeto-artista a las que les presuponemos más capacidad imaginativa que al resto de la población (sobre esto también escribiré, me parece una patraña dañina y profundamente elitista, entre otras cosas.) Mikel, uno de los asistentes al encuentro ¡Esto (no) es una utopía! me habló de la huerta comunitaria de vecinas de la que formaba parte. “Ninguna de nosotras tenía mucha idea de cómo hacer una huerta, pero vas haciendo. Cuando te juntas con gente y compartes ideas, se te ocurren cosas. No hace falta saberlo todo de antemano ni esperar a que llegue el momento perfecto, el camino se hace caminando.”
Creo que en el fondo todas sabemos que el camino se hace caminando, compartiendo saberes y aprendiendo de las demás, sólo que a veces, con estas vidas cada vez más aceleradas, se nos olvida. Que este escrito sirva como recordatorio: nos merecemos caminar hacia un final feliz, aunque sea imperfecto y estemos cagadas vivas.