Hay que ser imbécil para llorar la muerte de alguien que no conoces
David Lynch y el amor
Hay que ser imbécil para llorar la muerte de alguien que no conoces, pensé mientras mi amiga lloraba desconsolada la muerte de Michael Jackson. El piso que compartíamos había ido menguando a medida que crecían nuestros rencores y la casa se nos terminó de caer encima aquel verano de 2009.
Una solo pasa el verano en Madrid voluntariamente si es joven, está enamorada o loca. En 2006, mis compañeras de piso habían huido de la ciudad mientras yo esperaba en bragas y en vano a que entrara algo de aire por la única ventana del salón. El hombre del que estaba enamorada me había prestado una película que no terminé de ver. Pero espera. ¿Quién es esa actriz? ¿Isabella Rossellini? No, la otra. Laura Dern. ¿Laura qué? Laura Dern. Jo-der. Pues espérate a verla en Corazón salvaje. ¿Cómo no te ha podido gustar Terciopelo azul? Yo qué sé. Será el calor.
No tardé en volver a ver a Laura Dern gemir de placer y aullar de dolor junto a Nicolas Cage. Poco después vi Mullholand Drive y no entendí nada. Tampoco entendí nada cuando el hombre que me introdujo a David Lynch me rompió el corazón. Mi memoria fotográfica es pésima, pero recuerdo la sensación en el pecho y haber aullado de dolor.
Para cuando vi Eraserhead, Carretera perdida y El hombre elefante, ya estaba perdidamente enamorada de Lynch. No recuerdo el momento exacto, pero sí las sensaciones de apertura, permiso y posibilidad. “Así que esto se puede hacer. Es posible escribir así, dirigir una película así.”
Supongo que no elegimos de quién nos enamoramos, a qué muertos lloramos ni de dónde viene ese deseo de explorar una historia, imagen o frase concreta, ese chispazo parecido al enamoramiento que hace que sea esa, y no otra, la historia que una quiere contar. O como decía David Lynch:
“Creo que la razón por la que alguien quiere contar una historia y no otra se parece a la razón por la que alguien se enamora de una persona y no de otra.”
Y aquí estoy, llorando como una imbécil o como una enamorada la muerte de David Lynch y de ese sinfín de posibilidades que entraron por las ventanas que él abrió cuando la casa se me caía encima.
Esta ha dolido. Con Lynch se puede usar esa definición cliché del artista "irrepetible". Voy a colgar el póster de Mulholland Drive sacado de la cartelera del Trueba como homenaje.