Such Brave Girls
El chasco que me he llevado con esta miniserie británica es directamente proporcional a las expectativas que tenía sobre ella.
Una serie protagonizada por una familia de tres mujeres que toman decisiones cuestionables, se meten en líos y hacen leña del árbol caído haciendo uso del más negro humor británico, a la que se compara sin parar con mi amada Fleabag (de hecho, en la breve sinopsis de Filmin, esa es casi toda la información que se da, que ha sido comparada con Fleabag y Girls y nominada a tres premios BAFTA) tiene todas las papeletas para gustarme.
Kat Sadler (Josie) escribe y protagoniza Such Brave Girls junto a su hermana en la vida real y ficticia Lizzie Davidson (Billie) y Louise Brealey (Deb), que encarna a la madre de ambas. La idea de la serie está basada en una conversación telefónica que las hermanas mantuvieron en la primavera de 2020. Sadler estaba a punto de ser ingresada en un hospital psiquiátrico tras dos intentos de suicidio, mientras que Davidson se enfrentaba a una deuda que ascendía a las 20.000 libras. “Siempre le buscamos lo absurdo a todo. Es nuestro mecanismo de defensa”, dice Sadler en este artículo de The Guardian.
A Such Brave Girls le aplaudo ese humor absurdo. Que se ría de la salud mental en un momento en el que parece que la solución a todos los males (incluidos los sistémicos) pasa por ir a terapia, que haga una representación del aborto alejada de lo traumático, su ritmo trepidante, impulsado por los punch lines que pueblan todo el guión y resuenan como disparos en un timing perfecto. Que sea punki, que sus personajes no sean una proyección más de la mirada masculina hegemónica, sino tres tipas destructivas obsesionadas con la auto imagen, escritas por una humorista que se ríe de sus miserias.
¿Y entonces? ¿Por qué me ha dejado más fría que el pasillo de los yogures? ¿Me estoy haciendo mayor?
En el segundo capítulo, Deb miente a su amante, Dev, fingiendo que su ex marido, que se fue a por té diez años antes y nunca más volvió, murió en un trágico accidente. Al llegar a casa, Dev les da el pésame a las hermanas (a pesar de que tres segundos antes, la madre le haya insistido para que no mencione el asunto.) En la siguiente escena, las tres mujeres están en la cocina.
DEB: Le he dicho a Dev que vuestro padre está muerto. Es tu culpa, Josie.
BILLIE: Pero no está muerto. Sólo fue a comprar té.
JOSIE: Sí, hace diez años.
BILLIE: ¡Es que en esa tienda no paran de cambiar las cosas de sitio!
Aquí es cuando empiezo a arrugar la nariz. Esta última frase de Billie, que funcionaría perfectamente como punch line en formato stand-up, se carga el principio de verosimilitud de la narración. Que no me lo creo, vaya. Este es un ejemplo, pero hay más. Muchísimos más a lo largo de toda la serie. Pero bueno, va. Pongamos que es algo buscado, que Sadler lo ha hecho a propósito.
Sigamos, a ver qué pasa.
Y bueno, no pasa mucho. O mejor dicho, pasan muchas cosas, pero ninguna afecta los personajes, que se mantienen planos durante los seis episodios. Nada se rompe, nada cambia ni pone en jaque la premisa inicial. Josie, Billie y Deb siguen siendo exactamente las mismas que en el primer capítulo.
No necesito una historia de superación, ni mucho menos. Pero si voy a ver una serie, quiero una historia y no una muestra, por muchos elementos rompedores, divertidos y encomiables que esta contenga.
O igual es que, definitivamente, me estoy haciendo mayor.