Vacaciones, descanso y turismo no son lo mismo.
Una rima involuntaria sobre la que reflexionar.
Este verano no viajaré fuera de la península, probablemente ni siquiera salga de mi comunidad autónoma. Tampoco lo hice el verano pasado, ni el anterior. Vivo en una ciudad en la que no dependo de un coche para ir a la playa o a la montaña, un sitio a tiro de piedra del sur de Francia por el que la gente paga auténticos dinerales por visitar. No se me escapa que es más fácil planear un verano apetecible desde éste lugar del mundo que desde una de las muchas aberraciones urbanísticas que abundan en otras áreas de la península.
Quitando Francia, que está a media hora de mi casa, la última vez que salí de la península fue en septiembre de 2022, pero no me fui de vacaciones, sino a presentar Corpi maledetti en Italia.
Giorgia Meloni acababa de ser nombrada presidenta, un presagio de lo que estaba por venir en las pasadas elecciones europeas. No pude evitar mencionarlo en cada presentación y con cada persona a la que me presentaron esos días, o no quise evitar mencionarlo ni quisieron hacerlo muchas de las asistentes.
Visité fugazmente Turín, Milán, Roma y Nápoles junto a Emanuele, mi editor y Lucia Perillo, mi traductora. Presenté el libro con Lucia, Elena Varvello, Graziano Gala y Valentina D’Urbano, todas ellas comentaron la novela y me hicieron preguntas la mar de interesantes. También hablamos sobre el papel de la ficción en los imaginarios colectivos, en la ficción como motor de imaginación política. Sobre el ascenso de la extrema derecha y el devenir de Europa. Creo que di el pésame en las cuatro ciudades.
Valentina nos llevó a comer el mejor cacio e pepe y la mejor carbonara que he probado nunca. (Después de ese cacio e pepe no he vuelto a hacerlo en casa porque mira, una tiene que aceptar sus limitaciones culinarias también.)
No me comí una pizza hasta llegar a Nápoles, fue la última etapa del viaje y la que más me apetecía. Presenté Corpi maledetti en un festival de literatura, con Lucia y un escritor que no se había leído el libro y que estaba más interesado en lamerle los huevos a otro escritor famoso que rondaba por allí.
Tuve tiempo para perderme por las calles del barrio español y visitar la Nápoles subterránea. Emanuele me llevó al Rione Luzzatti, el barrio en el que creció Elena Ferrante y el escenario de su maravillosa saga napolitana. Con Lina y Lenù me pasa como nos pasa a muchas con las protagonistas de los libros que hemos amado y leído con fruición: pienso en ellas como en dos viejas amigas a las que ya no veo pero sigo teniendo cariño.
Mi ideal romántico de Nápoles coincidió con la ciudad que me encontré, es lo que tiene vivir en la era de internet y tener acceso a fotos de cualquier lugar del mundo en cuestión de segundos y de vivir rodeada de gente que también ha visto esos lugares o ha hecho esas fotos.
Se cumplía el ideal romántico, que quizás sea una forma más bonita de llamar a los tópicos: “Nápoles es como ir a la Italia de los años cuarenta” = Vespas en la calzada transportando a tres personas sin casco, calles y edificios necesitados de una actualización urgente, “Nápoles es auténtica” = la doble violencia ejercida tanto por las constantes negligencias del gobierno como por la Camorra, tal y como me contaron Emanuele, Lucia y Mimi, la asistente editorial. Las tres vivían a las afueras de su ciudad de origen por considerarla invivible. Auténtica para las visitantes, invivible para las habitantes.
Aún no he leído el ensayo Estuve aquí y me acordé de nosotros: una historia sobre turismo, trabajo y clase, de
, pero recomiendo fervientemente éste artículo que la autora publicó en CTXT el pasado 5 de julio y que considero imprescindible para articular las tensiones generadas por éste fenómeno que está en el centro de las reivindicaciones de las áreas turistificadas de todo el Estado sin caer en la xenofobia que la autora relata en los primeros párrafos del texto.Rescato éstas dos ideas, que a su vez están muy relacionadas con lo que comentaban Federici y Gutiérrez en el encuentro Feminismo y régimen de guerra cuando decían que “gran parte del mundo ha sido recolonizado de forma diferente, forzados a reestructurar su economía.”
“Cuando se habla de la democratización del turismo se ignora que, a escala global, el turismo tiene poco de democrático y que, en realidad, reproduce e incrementa las relaciones de explotación del Norte Global al Sur Global. Me parecen importantes las reflexiones de Murray y Cañada en este texto reciente: en muchos casos, esta fijación por la búsqueda de la coherencia individual (entonar el “tú también has sido turista” con ese tintineo) solo conlleva a una despolitización y deslegitimación de las demandas, “como si la movilización solo pudiera ser planteada desde la virtuosidad moral.”
“No está de más repetirlo, pero dicho vulgarmente: nadie está en contra del descanso. De hecho, de lo que se está hablando es de que el descanso sea menos excepcional y al alcance de una mayoría global; calmar, tal vez así, nuestros deseos de exotismos y peripecias lejanas. Crear un nuevo sentido común o, en palabras del antropólogo José Mansilla, que llegue un momento en el que “la libertad sea precisamente no tener que viajar a estos lugares aunque puedas hacerlo”.
Pienso en ésta concepción del descanso como algo más global y menos excepcional, en si acaso no sería más útil imaginar y vivir una vida de la que no necesitásemos escapar constantemente.
Éste verano quiero leer toda la poesía de Carl Phillips, el ensayo de Anna Pacheco y la nueva novela de Catherine Lacey de la que todo el mundo habla. Buscar con Sergio rincones al aire libre donde practicar flamenco, bañarme en el mar, seguir mandándome mails con Flor con la excusa de una lectura compartida y comentar de todo menos la lectura porque qué bien se piensa y se escribe con otras.
Ir a los conciertos gratuitos del Jazzaldi con mis amigas y bailar al ritmo de un montón de canciones que escucharé por primera vez en directo y en la playa. Comer alguna de las raciones y bocadillos que ofrece en verano el restaurante que tengo debajo de casa o a leer en la terraza que no tengo pero sí tiene dicho restaurante.
Volver a intentar, quizás, hacer un buen cacio e pepe casero. Por qué no.